08 agosto 2005

Puruficación.

Día 1:

Nada remarcable hasta las 4 de la tarde. Un dolor que todos conocemos me atenaza a esa hora. Duermo 6 horas y así lo esquivo. Al despertar el dolor ha desaparecido pero vuelve en 15 minutos. Vuelvo a dormir otras 6 horas.

Día 2:

Acudo a las drogas como buen post-adolescente. Un porro bien cargado me abstrae de la realidad. Paso la mañana sentado en el sofá con la boca entreabierta mientras miro como evolucionan unas hormigas que se comen una cucaracha en medio del salón. Al pasárseme los efectos del porro me planteo unirme a ellas. Otros dos canutos para pasar la tarde, esta vez en la cama. A las 8 de la tarde me voy a dormir.

Día 3:

12 horas de sueño. Me despierto, pero no tengo fuerzas para moverme; las sábanas pesan demasiado, el pijama está hecho de plomo. Quiero tomarme un valium pero no me apetece levantarme de la cama. Así me paso toda la mañana, dormitando. Comienzo a parecerme a un verdadero deshecho. Finalmente me tomo el valium, al llevar 72 horas sin comer caigo inconsciente.

Día 4:

Me despierto de la entropía química a las 3 de la madrugada. Logro levantarme y camino durante 10 minutos dando círculos por la habitación. No noto nada en el estómago, ni dolor ni hambre. Tengo un agujero negro en la boca. Enciendo la televisión y me paso 5 horas viendo la teletienda. A las 8 de la mañana me vuelvo a dormir. A media mañana comienzo llamo a mi ex. Le insulto, le hago sentir culpable y cuelgo sintiéndome mejor. Sólo tengo ánimos de meterme en la cama. De noche suena el timbre de casa pero no me levanto a abrir.

Día 5:

Una carta bajo la puerta. La cojo y sin leerla la tiro a la basura. Me desmayo al pasar por delante de la nevera. Al despertar, una hora más tarde, me incorporo, me tambaleo, me pego un bofetón y abro la nevera. Me como unas pechugas de pollo crudas, medio paquete de pan de molde y me bebo 5 cervezas.

01 agosto 2005

La clarividencia lucha por hacerse un hueco en mi dolorida cabeza. Aún necesitará horas para lograrlo. Camino con rumbo mecánico, con un destino subliminal. El asfalto parece agarrarme los zapatos para no dejarme avanzar. Quiero quitármelos ya. Además de la cabeza me duelen los pies, las piernas, las articulaciones, el estómago, los ojos, y para rematarlo tengo la cartera vacía.

La dulzura más extrema tiene en su reflejo la más absoluta amargura. Nauseas, mareos, crisis de melancolía. Hace pocas horas estaba en un templo de la diversión, en un círculo del infierno con vistas al cielo. Ahora soy una mancha más que se licua por las calles de una ciudad que despierta.